Aún recuerdo aquel día en el que unos abuelos llegaron al centro solicitando información sobre nuestros servicios y contándonos la historia de su nieto, recién diagnosticado de TEA. Decían que desde su diagnóstico había experimentado un gran cambio, que había evolucionado positivamente y que parecía que se estaba “curando”.
En ese momento, mi compañera y yo nos estremecimos.
Quizás, deberíamos empezar aclarando que el Trastorno del Espectro del Autismo, no es una enfermedad, es una condición y como tal, no se cura. Hace años, se pensaba que se trataba de una alteración infantil, algo muy alejado de la realidad, ya que esta condición acompañará a la persona a lo largo de su vida, lo que no quiere decir que no vaya a mejorar, ya que, con el trabajo, la perseverancia y el esfuerzo tanto de su familia como de los profesionales que lo acompañan, estas personas pueden alcanzar unos adecuados niveles de competencia social, autonomía y comunicación.
Podríamos definir “Autismo” como un trastorno del neurodesarrollo, es decir, las manifestaciones se inician durante el período del desarrollo de la persona y se caracteriza principalmente por el “déficit persistente en la habilidad para iniciar y sostener relaciones de interacción social y de comunicación recíproca y por una diversidad de patrones de comportamiento e intereses restrictivos, repetitivos e inflexibles”. (CIE 11)
Cuando hablamos de espectro, nos referimos a una amplia variedad de manifestaciones, expresiones y características que presentan aquellas personas con TEA. Las personas con “autismo”, no son todas iguales. Cada una, cuenta con sus características personales, sus dificultades y sus propias necesidades. Por ello, aunque varias personas se encuentren dentro del espectro, debemos evitar las comparaciones, lo mismo ocurre a la de hora de plantear una intervención, se debe estudiar cada caso en profundidad y ofrecer los apoyos más adecuados.
Si nos pidiesen de una forma generalizada que definiésemos los rasgos distintivos principales del Trastorno del Espectro del Autismo podríamos hablar de:
- Dificultades en la interacción social
- Rigidez mental
- Conductas estereotipadas y repetitivas
- Dificultad a la hora de establecer comunicación
- Alteraciones en el lenguaje
- Dificultad en el reconocimiento y expresión de emociones y sentimientos
- Limitaciones en la adquisición de Habilidades Sociales Básicas lo que dificulta su desenvolvimiento en el entorno social.
- Literalidad
- Intereses restringidos
- En ocasiones, hipersensibilidad; visual, auditiva, olfativa, táctil, gustativa o propioceptiva y vestibular.
En ocasiones se tiende a relacionar “Autismo” con retraso cognitivo y de nuevo, volvemos a caer en el error, ya que, en ocasiones, cursa con discapacidad intelectual, pero en otras, su desarrollo cognitivo no se ve afectado.
A pesar de que aún no se conozca con exactitud el origen fundamental de este “trastorno”, sí podemos sostener que una detección precoz y una intervención temprana, es un factor determinante ya que permite trabajar para disminuir la severidad de las conductas y alteraciones presentadas.
Por último, al hablar de intervención temprana, por supuesto, también debemos referirnos a la intervención en el contexto familiar, ya que, tras conocer una compleja realidad, el componente emocional para padres, hermanos, abuelos y demás familia, es primordial, especialmente haciéndoles conscientes de la realidad, apoyándoles, orientándoles en su camino y eliminando en ellos cualquier sentimiento de culpabilidad.